miércoles, 14 de diciembre de 2011

Historia de una vida, Marta Rocher.

     Corría el año 1830. En un día gris de febrero, nací yo. Según mis hermanos, mi madre esperaba con muchas ganas mi nacimiento.  Recuerdo que siendo pequeña, ayudaba a mis padres en casa todo lo que podía. Tenía alguna que otra amiga en el barrio, pero lo que no tenía era tiempo para ir a jugar con ellas. Comencé a trabajar  en el 1836, cuando yo tenía seis años en la fábrica de hilados dónde trabajaban mis tres hermanas mayores. Lo único que tenía que hacer era ir cogiendo unos ovillos de hilo e ir colocándolos en unas palancas. No era difícil de hacer, lo difícil era aguantar casi unas catorce horas diarias haciendo lo mismo con apenas seis cortos descansos. (1) Cada vez que hacíamos algo mal, venía el patrono y nos gritaba, nos gritaba mucho. Nunca olvidaré lo mal que lo pasó mi compañera Mary, no sé que será de ella hoy en día.

     Tras siete años trabajando en la fábrica, yo ya sabía con exactitud como hacer todo lo que nos mandaban y a veces nos cambiaban la tarea que debíamos realizar. Durante este período, despidieron a mi padre, y  mi hermano pequeño falleció debido a una neumonía, quedé yo como la hermana más pequeña. Fue uno de los años más duros para todos. Un día llegamos a casa, y mi madre ya había preparado la cena. Nos sentamos todos alrededor de la mesa y tras bendecir los alimentos, devoramos todo lo que había. Normalmente, cada noche, cenábamos lo mismo: patatas hervidas, pan,  un poco de cecina, y de vez en cuando, un poco de pescado en salazón. (2) Esa misma noche, nuestros padres nos dieron la noticia de que nos teníamos que mudar de nuesta casa. Desafortunadamente, todo el dinero que aportábamos entre mis hermanos, mi madre y yo, no era suficiente y ya habían encontrado una casa donde asentarnos a las afueras de un pueblo cercano.

     Mi primera impresión al ver nuestra nueva casa, si se le podía llamar así, fue muy desagradable. Teníamos que bajar unas escaleras para llegar, era un sótano, con sólo dos habitaciones. Había una única ventana. Era alargada, estaba en la parte alta de la pared y daba a la calle, pero no entraba apenas luz. En un rincón estaban los muebles con unos cuantos pucheros y en la sala de la derecha estaban lo que parecían nuestras camas. (3) Olía bastante mal y lo primero que me vino a la mente al entrar allí fue ¿cómo vamos a vivir ocho personas ahí metidas? Yo apenas era una niña, y no entendía porque no podíamos vivir en una casa parecida a la que teníamos antes. Lo único que pudieron decirme, fue que esa casa salía más barata, y que era lo mejor para la familia.

     Decidí salir y dar un paseo por el nuevo barrio. Hacía frío, el suelo, sin pavimento, estaba lleno de basura, en general, se veía un barrio gris, feo, aburrido… (4) Había mucha gente andando por allí, y de repente se me acercó un niño. Se llamaba James, y lo veía muy guapo. Yo creo que nada más verlo me ruboricé y él lo notó. Tenía mi edad y vivía en el piso de arriba en nuestro mismo bloque. Nos hicimos amigos enseguida.

     Llegué y estaban todos ordenando un poco la casa, guardando nuestras pocas pertenencias y ayudé en lo que pude. Cuando acabamos, me acerqué a mi madre y le dije que me contara una historia, algo sobre su infancia. Ella se extrañó. – ¿Una historia? ¿Mi infancia? Nunca me has pedido que te cuente nada así- me contestó. Se tumbó conmigo en la cama y me preguntó que es lo que quería saber. Le pregunté como era ella de pequeña, en que trabajaba, como eran los abuelos… -Bueno, yo nací en el año 1805, pero mis hermanos mayores y los abuelos, al igual que nosotros, trabajaron muchísimo para sacar a la familia adelante. La abuela siembre quiso irse a vivir al campo, quería vivir con los animales, trabajar la tierra, cultivar alimentos, pero el abuelo trabajaba en un taller, un taller artesano dónde… - ¿Un taller artesano? ¿Qué hacía el abuelo exactamente?- le interrumpí. –El abuelo, junto a dos hombres más, creaba artículos, productos a mano, que luego vendía, así ganaba dinero, por lo que nunca nos pudimos ir a vivir al campo. Poco después, siendo yo muy pequeña, nos cambiamos de casa y los abuelos empezaron a trabajar en una fábrica. -¿Antes no trabajabais en fábricas?- pregunté. –No, claro que no. Antes nos ganábamos la vida de otra forma, pero tuvimos que irnos. Yo empecé a trabajar en una fábrica a los siete años. ¿Sabes qué? Tres años antes de que tu nacieras, cuando nació tu hermano Bill, yo me encargaba de producir, de crear piezas y montarlas para crear juguetes. Nos sentábamos todas las mujeres alrededor de una mesa, y nos pasábamos el día haciendo lo mismo. Teníamos permitido llevarnos al bebé, solo que si dejábamos de trabajar para ocuparnos de él, nos lo descontaban del sueldo. (5)

     El tiempo pasaba, nuestras vidas no cambiaban, todo seguía igual. Íbamos viviendo como podíamos, trabajando muchas horas diarias, casi sin descanso. Veía a James  todas las tardes, nos juntábamos para hablar de cómo nos había ido el día y cosas por el estilo. Estaba muy a gusto cuando estábamos juntos, me estaba enamorando de él. Un día, en la fábrica, uno de los patronos se acercó a donde yo estaba, quería hablar conmigo. Me ofreció trabajo en su casa, había despedido a una doncella y me preguntó si estaba interesada en ocupar su puesto. Me habló de cómo sería mi jornada, y como sería mi sueldo y no me lo pensé ni un segundo, acepté de inmediato. Cuando les conté en casa lo que me habían ofrecido se alegraron muchísimo, pero no más que yo, en ese momento me sentí feliz, muy afortunada. Iba a ganar bastante más dinero de lo que ganaba en la fábrica y eso era bueno para toda la familia.

     Al día siguiente me levanté pronto, ya que tenía que ir lo más presentable posible y caminar durante un buen rato hasta llegar al centro de la ciudad, donde estaba la casa en la que iba a trabajar a partir de ahora. Nunca había estado en aquella zona, y me quedé fascinada de ver como era todo aquello. La gente que por allí caminaba iba muy bien vestida, las calles eran mucho más anchas que las de mi barrio, los suelos estaban pavimentados, los edificios eran elegantes, todo aquello era bastante impresionante (6) 

     Mrs. Lawrence era la gobernanta, la que me daba las instrucciones y me enseñaba todo lo que tenía que saber. Era una mujer fría, reservada y muy exigente. Todo lo quería perfecto, sin ningún fallo. Me dio mi uniforme y me dijo todo lo que iba a tener que hacer diariamente. Aquella casa parecía estar sacada de un cuento, nunca había visto algo semejante. Salas amplias, llenas de increíbles cuadros y pinturas, con espejos, alfombras, cortinajes, muebles de lujo, grandes ventanales, varios balcones, era algo extraordinario.

     Pocos años después tuve mi primer hijo, y como mi madre ya estaba mayor para trabajar, era ella la que se encargaba de cuidarlo. Era extraño, pero, cada día que pasaba tenía una sensación desagradable, no estaba a gusto trabajando en aquella casa, yo no quería dejar de trabajar allí, el sueldo era bastante bueno pero una discusión con el señor,  hizo que perdiera mi empleo. Me vi obligada a volver a la fábrica. Era deprimente, ya me había acostumbrado a aquel buen trabajo, y de nuevo, volví a trabajar catorce horas diarias, pero esta vez por menos dinero. Las condiciones laborales eran espantosas, había accidentes a diario, no me lo podía creer, no podía creer que volviera a estar ahí. (7) De repente, todas las mujeres de la sala empezaron a hablar, a gritar y salieron juntas por la puerta. Me uní a ellas y me dijeron que iban a protestar, que se ponían en huelga, que ya era hora de que exigiéramos cosas, que no podíamos seguir así. Dejaron de trabajar, y yo también. A los pocos días, los patronos nos dijeron que nos subirían el sueldo, pero claro, lo hicieron porque se vieron obligados, estaban perdiendo beneficios…

     En el 1864 las cosas habían cambiado bastante. Yo, a mis 34 años, estaba casada, con cinco hijos, tres varones y dos niñas. Mis padres ya fallecieron, y ahora trabajaba en la producción de tabaco. Me acordaba de mi madre, ella también trabajó en algo parecido, trabajando sentada pero todo el día sin parar de fabricar cigarros. Todos nosotros teníamos la misma ideología, debíamos conseguir el sufragio universal. Si pudiéramos votar conseguiríamos formar una revolución social y acabar con todo el capitalismo y las diferencias sociales, acabaríamos con la burguesía, dejaríamos de ser unos oprimidos, debíamos conseguirlo. (8) 


     Así que con esfuerzo formamos la primera AIT, la primera asociación internacional de trabajadores, en la que teníamos como objetivo acabar con el capitalismo y mejorar nuestras condiciones laborales, pero hubieron muchas disputas con los que tenían ideologías anarquistas, así que todo este esfuerzo fue en vano. Incluso la segunda AIT que fue formada, también se disolvió tras la primera guerra mundial. (9) 

     Hace dos años, en el 1889,  conseguimos con la ayuda de los sindicatos, el derecho a voto, por lo que se formaron los partidos políticos que tanto deseábamos que se formaran. Conseguimos que el estado se hiciera cargo de la educación primaria obligatoria de forma gratuita, conseguimos aumentar nuestros salarios y reducir nuestras jornadas de trabajo, conseguimos que hubiera una mayor seguridad en las fábricas y que trataran mejor a todos los trabajadores, sobre todo a los niños y mujeres, y que las mujeres, después de dar a luz, tuvieran días de descanso. Conseguimos que no despidieran a nadie si faltaba un día por enfermar, conseguimos tener unos pocos días de descanso. Conseguimos todo esto gracias a  trabajo, y mucho esfuerzo constante. (10)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

mis mensajes♥